lunes, 3 de mayo de 2010

Pequeños titanes

Divina Helena,

Mis pies pequeños hunden la gigante montaña,
miro desde lo alto las cosas perderse como abismales
oh!, yo el mas pequeño de los titanes.
Yo que intento alcanzar al sol con mis manos suaves
sin tocar primero las puntas de mis pies.

Oh! mujer,
tú que desciendes de la luna
como todas las que bailan por nuestros cielos,
tú que me haces amar la noche y el brillo de las estrellas,
tú,
deja caer tus sonrisas como amaneceres,
lléname del oro del sol,
sujétame al canto de tu cuerpo
y al baile de tus ojos seductores.

Oh! mujer.
Camino burlando la muerte
en éstos mares inacabables,
anuncio la destrucción
como mi obra de arte.

Déjame, Helena, matar tantos hombres
como hombres mueren de amor.
Déjame, Zeus, volver pronto a casa
a la velocidad de tus rayos fulminantes
para visitar al dios bailarín que quiere bailar conmigo
para besar las piernas de Penélope que todavía me ama
para beber y comer de los frutos de la vida
para reir como los guerreros que se cansaron de la sangre
para dormir como los poetas cuando sueñan el amor

jueves, 25 de marzo de 2010

Rayos

Lo más difícil es despedirse, dejar que las palabras finales avancen en la boca cuando la noche se convierta en silencio, cuando el día se quiebre y caiga la desgracia sobre los teucros, domadores de caballos. Ahora que los gritos horribles propios de la guerra callan todo pensamiento.

Helena mira el sol que nunca se despide como si no sintiera el olor de la muerte, Helena tan parecida a los dioses. Su ventana se hace mas pequeña y ella mucho mas hermosa desde lejos, donde parece no conocer la sangre que se escurre en los mares cercanos a Troya.

No existe la misma tranquilidad en el paciente Ulises, destructor de ciudades, quien avanza sabiendo que Aquiles está lejos, que Penélope lo espera, que a Patroclo le aguarda la muerte cruel. Héctor en el otro rincón deteniendo su pensamiento, mirando a la torre donde todos tienen ojos tenaces para la bella Helena. Ya llegará la noche que se hace esperar.

Los dioses se entretienen en crueles apuestas, mientras Apolo no detiene sus flechas y la astuta Atenea, la de los brillantes ojos, protege a los aqueos, de hermosas grebas. Aunque sepan que Zeus le concede la victoria a quien le place.

La dulce Helena juega con sus dedos mientras espera lo más hermoso de los cielos. Ella es de tierras lejanas, de pensamientos extraños y belleza inconfundible. Ella conoce los mandatos de Zeus y disfruta viendo los rayos caer en la noche, como dibujan sus colores recorriendo el misterio y trazando el destino de los hombres, tan pequeños, tan mortales, tan insignificantes y bellos, tan esfímeros como la duración de una centella. Esos rayos del Crónida que le sacan una sonrisa, al tiempo que Ulises y Héctor derraman sangre por el mundo.

martes, 16 de marzo de 2010

Apolo

No puedo ver la tierra, Helena. Por eso es que recito poemas para alejar mi mirada del mar, mientras mis hombres me atan en la barca para que no escuche el canto hermoso de las sirenas, para que no me pierda, para que no mire lo lejos que estoy de Penélope, que ya no existe, que ya no me espera, que ya es otra, como Itaca, una ciudad poblada de extraños.

Mi cuerpo se cae y ya no es mío. Siento como las flechas de Apolo me perforan, dejo esa esperanza arrastrada en la arena, mi pena es una cosa ajena a mí y está en las manos de los caprichos de Poseidón, que me ha negado la posibilidad de ver a la bella Penélope en sus años de juventud, en sus mejores momentos, en los minutos en que reía haciendo brillar todo lo que posaba a su alrededor, la luna, el mar que reflejaba en su sonrisa.

La recuerdo en cada momento en que saco mi espada e introduzco la muerte en los cuerpos de los belicosos dánaos. La recuerdo en el mar, en las cuevas de los cíclopes y en las camas de las diosas, la recuerdo cuando siento en mi piel el canto de las sirenas, la recuerdo en los rayos de Zeus que amenazan a quienes osan no cuidar de su trono en las alturas.

Su cuerpo se pierde en las ondas del mar, en el frío y el hambre que siente mi cuerpo cada vez que me alejo, se pierde en imágenes frágiles y en palabras insuficientes, mientras Apolo lanza sus flechas mortales desde lo alto del cielo.

sábado, 13 de marzo de 2010

Ataduras

Hablemos de política, sexo y religión. No quiero que hablemos con cortesía, con las frases comunes y negociando palabras, como si las charlas fueran una parte más de esas conversaciones inútiles, de los días que se pierden bajo el sol eterno. Quiero que se olviden todos los acuerdos bilaterales, que te sientes a este costado, me prepares un té, me hables de tu país, de tu destierro, de las cosas, o algún video o un muñeco, de las calles.

Oh! divina Helena, lejos de tu tierra, llevada por los troyanos detrás de los muros, donde su rostro se pierde en la noche, el agua helada, los viajes interminables, las paredes que se caen. Sigue tus caprichos, quiero que juguemos, dejemos la guerra para los dioses y los pensamientos dualistas, el mar que separa las tierras y nos pongamos a sonreir desde tu caballo blanco y celebrar nuestro pesimismo.

Espero que llegues a mostrar la gracia de Afrodita con las palabras que juegan. Y que todo el mundo estuviese abierto.