martes, 16 de marzo de 2010

Apolo

No puedo ver la tierra, Helena. Por eso es que recito poemas para alejar mi mirada del mar, mientras mis hombres me atan en la barca para que no escuche el canto hermoso de las sirenas, para que no me pierda, para que no mire lo lejos que estoy de Penélope, que ya no existe, que ya no me espera, que ya es otra, como Itaca, una ciudad poblada de extraños.

Mi cuerpo se cae y ya no es mío. Siento como las flechas de Apolo me perforan, dejo esa esperanza arrastrada en la arena, mi pena es una cosa ajena a mí y está en las manos de los caprichos de Poseidón, que me ha negado la posibilidad de ver a la bella Penélope en sus años de juventud, en sus mejores momentos, en los minutos en que reía haciendo brillar todo lo que posaba a su alrededor, la luna, el mar que reflejaba en su sonrisa.

La recuerdo en cada momento en que saco mi espada e introduzco la muerte en los cuerpos de los belicosos dánaos. La recuerdo en el mar, en las cuevas de los cíclopes y en las camas de las diosas, la recuerdo cuando siento en mi piel el canto de las sirenas, la recuerdo en los rayos de Zeus que amenazan a quienes osan no cuidar de su trono en las alturas.

Su cuerpo se pierde en las ondas del mar, en el frío y el hambre que siente mi cuerpo cada vez que me alejo, se pierde en imágenes frágiles y en palabras insuficientes, mientras Apolo lanza sus flechas mortales desde lo alto del cielo.

2 comentarios:

  1. Esto ya va tomando un mejor color. Me gustó.

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  2. Pienso igual, comienza a ser perturbador. Que buen ejercicio el tuyo. sonrisas.

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